Renuncia

amorNo han venido a la boda. A nuestra boda. Ellos, que se autoproclaman mis padres, han decidido faltar a un día tan importante como ése. Ni siquiera han llamado. Ni se han dignado a felicitarnos. No pueden aceptar que ella no sea vasca.

La conocí haciendo la mili en Bilbao. En el gobierno militar. Una suerte de destino, la verdad. Tranquilidad en las oficinas y alguna que otra salida al Oiz o al Pagasarri. Poco más. Y todos los fines de semana podía volver al caserío. A Igorre. A cuidar la huerta del aita y ayudar a la ama en lo que fuese. Todos los fines de semana hasta que la conocí a ella. En Bilbao. Uno de aquellos en los que me quedé con los compañeros de fiesta.

Congeniamos enseguida. Guapa, simpática. Una morenaza cuyos gigantescos ojos negros ya delataban que podía no ser de aquí. Bueno, nació en Cruces, es de aquí, pero sus padres son andaluces. A mí me da igual. Ella no tenía ni idea de euskera y yo no me defendía bien con el castellano pero nos arreglábamos. Nos empezamos a ver todos los días. Cuando acababa pronto las tareas que mandaba el teniente, ella me venía a buscar y nos bajábamos a dar un paseo hasta la zona del Ayuntamiento, al lado de la ría y nos tomábamos un chocolate en algún bar del Arenal.

Como ya no iba todos los fines de semana a Igorre, la ama empezó a preguntar. Que a ver qué hacía en Bilbao, que con quién me quedaba, que cenase bien… siempre encima, siempre fiscalizadora. La ama, esa madre que ahora falta a la boda de su hijo porque su esposa es una maketa, siempre ha tenido que controlar todo, lo mío y lo del aita. Y si las cosas no se hacían como ella decía, atizaba de lo lindo. Esa madre.

Pasados unos meses, yo ya conocía a sus padres. De Jaén. Llevaban unos años ya viviendo en Sestao. Gente humilde. Sencilla y trabajadora. Me acogieron muy bien. Algún domingo ya fui a comer su casa. Se deshacían en elogios. Ella ya me la estaba tirando para que fuésemos a conocer a los míos. Yo ya no sabía qué excusa poner. Y se lo tuve que decir a ellos. A ella. A la ama.

– Ama, he conocido a una chavala y quiero que la conozcáis.
– ¿A una chica?, ¿dónde?, ¿en Bilbao?, ¿de dónde es?
– Vive en Sestao, un pueblo al lado de Bilbao. Una chica bien maja. Me gusta mucho.
– ¿De dónde son sus padres y de… ?
– Espera, ama. Ella no habla euskera y sus padres son andaluces. Pero me gusta mucho.
– ¿Una maketa?, ¿una española?, ¿te has vuelto loco? Esa furcia no va a entrar en esta casa.

El aita no despegaba la vista de la televisión. Estaba viendo un partido de pelotamano.

Y hasta ahora. Hasta hoy. Nunca se dignaron en conocerla. Y yo decidí. Decidí quedarme con ella. Y ella y su familia me acogieron un tiempo hasta que, con los primeros sueldos que obtuve en una empresa de laminación en la que empecé a trabajar al acabar la mili, pude pagar un alquiler en La Peña. Ella también trabajaba unas horas en una pastelería del Casco Viejo. Al aita y a la ama también les invité a conocer nuestro piso. Y nada.

Cuando yo decidí por ella, ellos, más bien ella, la ama, esa madre, también decidieron. Decidieron romper. Conmigo. Y hoy no están aquí. En Artxanda. En nuestra boda. Y estoy triste. Y no logro entender cómo pueden renunciar a un hijo porque la mujer a la que ama no sea vasca. Renunciar a un hijo que tanto buscaron y que no pudieron conseguir de forma natural. Renunciar a un hijo que tuvieron que adoptar. Renunciar a un hijo que, en su momento, aceptaron aunque hubiese nacido en Madrid. No lo entiendo.

* Imagen vía mis Paredes que Hablan.

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