“Cambiar cómo hablamos es cambiar quiénes somos”.

Me he leído el libro «Antisocial. La extrema derecha y la libertad de expresión en internet», del periodista de New Yorker Andrew Marantz y editado por Capitán Swing. Me ha gustado mucho. Un ensayo periodístico muy interesante que propone un recorrido que parte de la tecnoutopía y la ingenuidad de los precursores de los medios sociales, que acaba degenerando en herramientas que comparten todo lo que genere emociones activadoras e interacciones (lo que da pasta), hecho que aprovechan muy bien determinados grupúsculos para vender sus hediondos discursos y que acaba con consecuencias que tienen su repercusión en la vida real (Trump, por ejemplo). También Marantz señala alguna que otra clave para luchar contra esto, fundamentándose principalmente en la máxima que da título a este post y que también encabeza la reseña que he realizado (mucho más extensa) en EducaBlog y que, obviamente, os invito a leer en este enlace.

Por lo demás, sirva esta entrada, además de para promocionar dicho artículo en nuestro blog sobre Educación Social, para complementarlo con fragmentos o citas subrayadas en Antisocial y que no he incluido en la reseña de EducaBlog, pero que, sin embargo, me parecen lo suficientemente interesantes como para compartirlas también con la audiencia de cienfiebres.com. Las comparto, eso sí, de forma literal, sin comentarios adyacentes por mi parte.

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“Si no lo ocupamos [el pensamiento] en algún tema que lo embride y contenga, se lanza desbocado aquí y allá, por el campo difuso de las imaginaciones”.

Ayer me sentí retratado con el hipocondríaco de Pantomima Full. Hoy con este fragmento del ensayo De la Ociosidad de Michel de Montaigne, ya que, de alguna manera, describe muy bien a un Cienfiebres.

La masa suele ser silenciosa. No firma manifiestos ni asiste a manifestaciones ni responde cuestionarios ni milita en partidos políticos. Y la consecuencia es que resulta fácil confundir a unos cuantos que vociferan consignas con la nación entera.

George Orwell. Reflexiones políticas sobre la crisis. The Adelphi, diciembre de 1938.

Fotografía: George Orwell escribiendo en Marruecos, 1939.

-Si el poema no tiene sentido -dijo el Rey-, eso nos evitará muchas complicaciones, porque no tendremos que buscárselo.

De repente, sin saber muy bien por qué, uno se encuentra con una cita o un fragmento o una estrofa o un verso que le hace clic. Este es el caso. Tampoco sé en qué sentido, pero remover, removió. Alguna conexión tocó. Como mínimo, provocó que me ha empujado a leerme el libro en el que aparece.

Y no, no he leído Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll.

Casi todos los creadores de utopías han sido como ese hombre que tiene dolor de muelas y, por tanto, cree que la felicidad consiste en no tenerlo. Quieren forjar una sociedad perfecta mediante la prolongación sin fin de algo que sólo era valioso porque era provisional. El camino más sabio sería decir que existen ciertos criterios por los que la humanidad debe guiarse, que la estrategia global está trazada, pero que las profecías detalladas no son asunto nuestro. Todo aquel que intenta imaginar la perfección no hace más que delatar su propio vacío.

De utopías, utopistas, de felicidad y de anhelos… es verano, en escasas horas me voy de boda, hace calor… no me extiendo. Copio un fragmento y ya, si acaso, algún día, lo comentaré. Ahora me he encontrado con el ordenador encendido y, a la vez, rumiando a partir de la lectura de «¿Pueden ser felices los socialistas?», ensayo escrito por George Orwell, en Tribune, el día de nochebuena de 1943. No me extiendo, digo. Ni es el momento ni el lugar pero que conste en acta.