Diario Vacacional (¿post?) Pandémico. Y siete.

¿La última foto de las vacaciones? A una salamandra, por qué no, aunque no se aprecie bien.

La familia descansa tras el cansancio inherente al viaje de vuelta. A nuestro regreso, también tengo terraza, wifi, alcohol y tabaco. La gran diferencia es que cambiamos los radiantes cielos mediterráneos por un brumoso ambiente cantábrico que, afortunadamente, ha originado que bajen las temperaturas que, por lo que nos han dicho, hasta hoy, han sido infernales por estos lares norteños. Tengo eso y me rodea el citado ambiente y, con todo, toca cerrar este Diario Vacacional (¿post?) Pandémico, edición 2022.

Curiosamente, este año, aunque cuando decidimos el destino veraniego sí circuló por mi cabeza esta especie de crónica de nuestro retiro menorquín, conforme se acercaba el viaje no lo veía del todo claro, no estaba especialmente motivado. Sin embargo, los comentarios de diferentes amigos y conocidos, animándome a reeditar este diario, finalmente me llevó a hacerlo. Lo que quiero decir, en definitiva, es que la motivación de este diario estival ha tenido, al principio, un carácter extrínseco. Sin embargo, con el paso de los días he vuelto a gozar haciendo estos personales relatos de lo que es pasar unos días de asueto en un complejo hotelero dedicado al turismo familiar, obteniendo, a la postre, una motivación fundamentalmente intrínseca.

Curiosamente, esta particular sensación respecto a sentarme a escribir estas bobadas, ha ido a la par con mi percepción de nuestra estancia en dicho espacio. Creo que algo así os vine a contar en la entrada del tercer día de este diario. La rutina vacacional, la repetición de las actividades, un extraño sentimiento como de… no sé como decirlo… ¿decadencia?… se apoderó de mí y de la Dueña en las primeras jornadas… ¿qué cambió para que a partir, diría yo, del tercer día esa percepción empezase a cambiar, para que empezásemos a disfrutar un poco más de estas reiterativas vacaciones?

Pues la verdad sea dicha, no lo sé. Creo que el disfrute absolutamente sencillo de la playa (este año la hemos disfrutado mucho más que el año pasado), sin pretensiones, el mero hecho de jugar con los críos a las palas sin control, las conversaciones con algunos convecinos, el ver disfrutar a los niños con iguales… pues no sé, supongo que la gran clave puede ser esa. Es decir, si ellos disfrutan, hay un alto porcentaje de que nosotros disfrutemos. Que sí, que podríamos aprovechar a hacer otras cosas, otros planes, otras historias… sí, claro, y las haremos (y las hacemos) y nos buscaremos nuestros huecos propios, personales, no familiares… pero todo eso siendo conscientes que, del mismo modo, seguramente, repetiremos este plan, al igual que lo hemos repetido este año.

Así pues, ¿qué decir de la última jornada? Pues no tomé muchas notas en la clave de los días anteriores… y nada… pues que nos ha dado mucha pena no despedirnos de Anna, la niña italiana, y sus padres, encantadores; que a Nicolás le ha dado mucha rabia tener que marcharse y no poder seguir jugando con los amigos gallegos que ha hecho; que tendremos que aprender a hacer el cocktail San Francisco en casa y tomárnoslo Ana y yo a cara perro mientras los críos ven una peli… y poco más, que, al final, se ha disfrutado de esta semana, que he disfrutado de este diario y que espero no haber aburrido mucho al personal. Supongo que este tipo de textos, igual que este tipo de vacaciones, los repetiré en el futuro. Hasta entonces, pues.

Diario Vacacional (¿post?) Pandémico. Seis.

La otra mascota del hotel, compañera de Maia. Es la del medio, conste.

16 de julio. El Carmen, patrona de Santurtzi y de muchas localidades marineras. Festividad, en definitiva, de las gentes que viven en directa relación con la mar. Pese a estar instalados durante seis días en una localidad que vive de cara a dicho elemento, no hemos detectado ningún homenaje a dicha virgen. Igual el tema es que aquí el turismo lo fagocita todo. Quizá por estos lares no tiene mucho sentido festejar al Carmen. Aunque, bien pensado, tampoco le veo yo mucho sentido que la festividad en la que se desarrollan las fiestas de Barakaldo sea ésta y así ha sido, es y está siendo.

El mismo sentido como que emerja mi yo wannabe el anhelo de ser una especie de lobo de mar sólo porque esté disfrutando de la playa, porque vaya descalzo por la calle o porque esté disfrutando viendo como los peces nadan a nuestro alrededor. Yo ya me monto mi película imaginando que pillo una barquichuela, que voy todo el día descalzo y que visto camisas color añil. El Cienfebrismo es esto, amigos. Tranqui, se me pasará enseguida.

Escuchamos el «Cumpleaños feliz» de Parchís a todo trapo cuando entramos a comer. Y Telmo se queda paralizado al ver a Maia. Poco os he hablado estos días de Maia. Que quién es Maia, os preguntaréis con interés. Pues Maia es una de las mascotas que la chavalería residente en el hotel tiene a su disposición para hacerse fotos, para celebrar los aniversarios y para bailar con los niños y niñas en la mini-disco. Muy bien todo, hay que pensar en los críos y tal, pero con quien más empatizo estos días de canícula es con la persona que, con resignación, ha de embozarse el disfraz del compañero del personaje de la foto (la estatua, no los otros) y hacer algunas de esas actividades que os menciono. Honor y solidaridad para con él o ella. Imagino que mientras hace feliz a los infantes, el susodicho, sudando la gota gorda, se estará cagando en todo.

¿Os acordáis de Anna, la niña italiana del dos? Pues al final, resulta que sus padres son casi con los que más amistad hemos hecho estos días. Una pareja encantadora con la que, al final, hemos compartido cervezas y conversaciones no muy fluidas habida cuenta de las diferencias idiomáticas. Una de las tertulias que más gracia me hizo se desarrolló este día y fue con el fútbol como temática. Paolo, el padre de Anna, es milanista y Nicolás, ni corto ni perezoso, se lanzó a mencionarle un montón de jugadores del actual equipo rossonero. Futbolistas de los que yo apenas había oído hablar y que, sin embargo, el compañero italiano afirmaba a la par que me miraba con gesto de sorpresa ante los conocimientos balompédicos de mi chiquillo. Como os he dicho muchas veces, quizá, sólo quizá, se nos ha ido un poco de las manos el tema del fútbol y Nico.

¿Os acordáis de la gaviota ladrona del año pasado? Pues no sé si sería la misma (obviamente, supongo que no), pero ayer una de estas aves de la familia charadriiforme laridae volvió a aventurarse al recinto turístico cual kamikaze nipón de la segunda guerra mundial para guindar, atención, un plátano. Sí, amigos. La alada ladrona se posó en la mesa de una de las terrazas de las habitaciones y, ni corta ni perezosa, engulló una banana cual boa constrictor zampándose, yo qué sé, un armadillo. Una escena brutal que, todo sea dicho de paso, sirvió para que pudiésemos calmar a Telmo que momentos antes se había producido una herida en la mano y aún andaba asustado hasta que vio a la gaviota zampabananas.

¿Os acordáis de la inacción de los niños y niñas ante el flagrante recorte en el metraje de la peli que vieron el pasado jueves? Ay, cuánto tienen que aprender de las viejas generaciones. Y lo digo porque, minutos después del ataque gaviotil, una abuela sexagenaria defendía con uñas y dientes su derecho a tirarse por el tobogán del parque acuático. Y lo hacía porque justo cuando ya estaba arriba, presta a lanzarse por el verde, el del túnel, dieron las siete de la tarde, hora marcada para apagar los chorros y cerrar los toboganes. Uno de los socorristas subió a la parte superior a conminar a la veterana bañista a que abandonara la atracción, demanda que la abuela no contempló como aceptable y con vehemencia acabó convenciendo al joven para poder deslizar sus ajadas carnes, con absoluta exclusividad, es decir, ella sola, nadie más en derredor, por el deslizadero. Una victoria más del movimiento pensionista patrio.

Penúltima noche de nuestras vacaciones por Menorca. Última para nuestros convecinos de Barakaldo que al día siguiente regresarán a nuestro pueblo, el cual, según nos cuentan arde de calor como buena parte de la península. Aprovechamos que la hija de ellos y los nuestros veían un espectáculo de pompas de jabón, para echar unos tragos con ellos, hablar de amistades comunes, de farras, de txokos, del Tour de Francia y demás. Un placer también haber coincidido con ellos y ya la siguiente vez que les veamos será por el barrio.

No quiero cerrar esta entrada del diario sin hacer mención a una luctuosa noticia que, desgraciadamente, me llegaba a primera hora de la mañana y que, de alguna manera, ha marcado un poco la jornada pese a todo lo relatado. Este 16 de julio, día del Carmen, ha fallecido Juanma, un ex compañero de trabajo que apenas llevaba 3 o 4 años jubilado. Hago mención porque este hombre era el típico tío afable, majetón, colaborador, la típica persona carismática que, casi sin querer, dejaba huella en todos los que le conocían. Una persona que, desgraciadamente, se ha ido siendo aún bastante joven, quedándole mucho por disfrutar, algo por lo que, precisamente, creo yo que será recordado, por ser un gran bon vivant. En fin, una pena. Goian bego.

Diario Vacacional (¿post?) Pandémico. Cinco.

Es una caña: estamos cerca de Thalassa.

Hemos comprado palas para la playa. Unas palas con una salamandra impresa en ellas y la leyenda de Menorca. Creo que ha sido una sabia decisión. Ha provocado que la mañana haya sido más amena. También que hagamos deporte más allá de los conatos acuáticos. Que tiemble el triatleta del que os hablaba ayer, ya que con los ejercicios aeróbicos jugando a las palas, pronto me pongo a su nivel.

De hecho, hoy, mientras escribo esto, tengo agujetas. Y me digo que, al menos, son agujetas. Me explico. Ayer tuve un par de atisbos hipocondríacos que, por supuesto, paso a compartir:

  1. Pinchazo en rodilla derecha mientras, precisamente, jugaba a las palas. Es decir, en mi cabeza, rotura fibrilar importante, que conlleva pasar por el quirófano de urgencia, con el consiguiente ingreso en un hospital insular y la consecuente fase de rehabilitación en aguas termales menorquinas (oigan, visto así, no suena tan mal…)
  2. Quemazón solar importante en mis hombros, los cuales tengo rojos como un jugoso y maduro tomate. Obviamente, podemos proyectar desde ampollas sanguinolentas derivadas de las quemaduras hasta un cáncer de piel.
  3. Esta es la que más me ha rallado porque el afectado ha sido mi chiquillo pequeño. Jugando con él en el agua, se me ha resbalado y para evitar que cayera de cabeza desde mi altura, le he sujetado con fuerza y, al parecer, le he hecho daño en la zona pectoral. Telmo no suele ser un crío que se queje mucho, pero esta vez se ve que le he hecho daño y yo ya me he puesto en roturas de costillas, perforaciones pulmonares y demás. Ay, qué cruz la mía.

No tengo mucho más que contaros hoy, queridos lectores. Precisamente, hablando de leer, uno de los momentos más placenteros que obtuve ayer fue el de meterle un buen tute al libro que me he traído estas vacaciones. Aproveché para ello la siesta de Telmo (a la vez que me fijaba si respiraba bien) y que Ana y Nicolás estaban en la piscina. Asimismo, ya enganchado a su lectura, mi plan al salir de la habitación fue el de aprovechar que nuestras hamacas estaban a la sombra para seguir leyendo, sin levantarme de ese sitio más que para coger algún que otro refrigerio. O sea que, esa actitud deportiva que me había surgido al comprar las palas ya se ha ido al garete y, nada, que otro año sin hacer triatlones.

(Por cierto, para los curiosos, el libro en cuestión es ‘No digas nada’ de Patrick Radden Keefe, un voluminoso ejemplar de una aclamada especie de non fiction novel que relata el conflicto norirlandés y que, de momento, me está enfebreciendo)

En esos momentos de lectura, levantando la vista de las páginas, comprobé que Nicolás había hecho un par de amiguillos. Un crío y una cría (Hugo y Claudia) con los que pasó un rato francamente divertido. Apenas nos quedan dos días que espero comparta con ellos porque, como digo, se lo pasó muy bien. De hecho, creo que le hubiera venido guay haber tenido alguna amistad así desde unos días antes, pero, claro, esas cosas surgen o no, y nosotros no somos muy de forzar ese tipo de situaciones.

Claudia y Hugo, todo sea dicho de paso, son de Galicia. En un análisis demográfico de chichinabo tendente a clasificar las procedencias ibéricas de los residentes en el complejo menorquín, diría que los vascos y vascas ganamos por goleada, seguidos por nuestros hermanos cantábricos de Asturias, quizá luego una amplia colonia andaluza, así como de gallegos y catalanes. Si a partir de estos datos sin ningún tipo de base científica, ustedes son capaces de extraer algún tipo de lectura en clave sociológica y territorial, será un placer leerlos en el espacio destinado a los comentarios.

Hemos vuelto a jugar al billar. Les he vuelto a barrer. Ana les ha dicho a los críos que es que he ido mucho a los billares. Ojalá. Esa imagen de canallita fumando a saco en unos recreativos ochenteros, con cadena a modo de llavero y demás parafernalia quinqui, tiene su punto atractivo, pero no encaja para con mi persona o, al menos, con la generación a la que pertenezco, la cual sí que acudimos mucho a salas de juego, en las que por supuesto, abundaban los macarras, pero, no sé, era otro rollo respecto al concepto que yo tengo del espacio BILLARES.

(De nuevo para los más curiosos, la imagen que acompaña esta entrada es un azulejo que está junto a la puerta de entrada de una preciosa casa que está junto a la playa a la que vamos. Me ha llamado la atención desde el primer día, su grafismo, sus letras y el nombre, Thalassa, el cual me sonaba y para el que, finalmente, he tirado de Wikipedia)

Diario Vacacional (¿post) Pandémico. Cuatro.

Si le meto un filtro sepia, pasaría por foto de los 70

Este año los chiquillos están llevando mejor lo de ir a la playa. Ayer decidimos movernos un poco más y acercarnos a la de Cala’n Bosch y sólo protestaron 342 veces frente al casi medio millar del verano pasado. En nuestra anterior visita a dicho arenal, nos quedamos un poco así porque el agua estaba un poco revuelta y no la vimos al nivel de otras bellísimas calas de la isla. Ayer, en cambio, vivimos un stendhalazo al llegar por el Camí de Cavalls y sorprendernos con lo cristalino de sus aguas, la finura y lo blanco de su arena, los colores turquesa, etc… En fin, paradisíaco.

Pasamos buena parte de la mañana en Cala’n Bosch. Uno de los mayores entretenimientos que obtuvimos fue el de presenciar saltos de intrépidos e intrépidas jóvenes que desde los peñascos adyacentes a la playa demostraban su valentía saltando desde equis metros de altura a las preciosas aguas de la playa. Típica actividad que asocio a mozos oriundos del villorrio pesquero, rollo ritual de apareamiento con el que llamar la atención de la hembra, pero en el que, sin embargo, ayer tomaron parte cantidad de guiris.

Afortunadamente, nadie se partió la crisma y hubo algunos que se tiraban en plan rollo clavadista de Acapulco. Pasote. Nicolás y yo, desde el agua, haciendo el bobo, nos pusimos a retransmitir, cuales periodistas deportivos, los susodichos saltos y no debimos hacerlo mal a tenor de las sonrisas y atención que despertamos entre los bañistas que nos escuchaban.

También se despertaron en mí sudores fríos al ver en la arena a una vendedora ambulante de piña, coco y demás frutas estivales. Por qué, os preguntaréis. Porque me retrotrae a una anterior visita a esta isla, concretamente yo creo que fue en Cala’n Turqueta, en la que compré sendas rodajas de sandía y en el trayecto del vendedor a nuestra toalla, apenas unos metros, y con la habilidad manual y de manejo de mercancías que me caracteriza y que mis amigos y familiares conocen bien, acabé tirándolas a la arena antes de llegar a destino. Clásico momento luceñesco, vamos. El ambulante, al verlo, me cortó otras dos y me las regaló y sufrí de lo lindo hasta llevarlas a buen puerto. Fue gracioso, además, que, tras dejar la fruta a salvo con Ana y regresar para pagar al muchacho, éste, al ver que me acercaba de nuevo a él, exclamó con vehemencia gitana un «¿OTRA VEZ?», pensando que se me había caído de nuevo. En fin, recuerdos refrescantes y ridículos al ver a la chavala vendiendo fruta.

Hablando de ridículo… he bailado. Sí, amigos y amigas. Quizá llevado por el estupendo rato en Cala’n Bosch, al llegar a la piscina y comprobar que las monitoras y monitores convocaban a la chiquillada en la piscina pequeña a los bailes de todos los días, he acompañado a Telmo a dicha actividad y no sé cómo pero me he venido arriba. Obviamente, he tratado de seguir la coreografía que iba con la canción esa de ‘Tambor-tambor’ (desconozco el título y no me pidan que lo busque) y, evidentemente, ni he sido capaz de seguir el ritmo, ni los movimientos ni nada. Los dioses se olvidaron de mí al repartir las habilidades de baile y de transporte de fruta en playas. Supongo que, desde fuera, habrá sido un espectáculo lamentable. Si ya me advirtió en su día mi profesora de ‘Danza, expresión y dramatización’ (sí, amigos, me matriculé en dicha optativa porque era una María) que tengo menos ritmo que el tronco de un árbol. En fin, como decía mi querida madre, «para que querrá la zorra campanillas si no sabe tocarlas», versión santiagueña del «si no sabes torear pa’ qué te metes».

Hablando de santiagueño… hemos pasado buena parte de la tarde con los vecinos de barrio con los que hemos coincidido en el hotel (la familia materna de ella es del mismo pueblo de mis padres). La tertulia con ellos se ha producido al borde de la piscina grande de la que Nicolás prácticamente no ha salido. Él, David, viendo el estilo de natación de mi primogénito, ha procedido a darle algunas lecciones de estilo. Decisión que habrá tomado, supongo, al ver el mío a la hora de nadar. Tampoco debía andar yo cerca cuando los dioses adjudicaron esta capacidad. Tras sus consejos, le he preguntado si le mola nadar y tal y nos ha contado que hace triatlones. Su cuerpo esculpido, desde luego, corrobora esa afirmación. He asentido, le he dicho que qué guay y que vaya dureza, que en su día me dió por salir a correr y tal y todo mientras trataba de ocultar mi tolva y mientras pensaba en por qué no me dará a mí por salir a las mañanas en vez de estar aquí, dándole a la tecla, compartiendo chorradas.

En fin, la jornada ha finalizado con cine de verano para los críos. Cine de verano para los críos = café y copazo en tranquilidad. Y paseo sosegado hasta la playa. Y los chiquillos tan contentos. O sea, un win-win en toda regla. Hay que decir que les han cortado el final de la peli de forma flagrante. Quedarían unos 10 o 15 minutos de peli cuando una de las monitoras ha exclamado un «se acabóoooo, chicoooooos» y han parado el vídeo. Y los niños y niñas ahí, tan tranquilos. ¡Maldita sea! Ni una propuesta, ni un sólo conato de levantamiento popular ante tamaña injusticia… ¿y estos son los que han de pelear para sacar esta sociedad adelante? Si hasta he pensado yo en liderar una revuelta, pero luego he reflexionado y me he dicho que bastante ridículo he hecho a la mañana con el baile como para seguir poniendo en evidencia a mi familia.

Hasta aquí la jornada. ¡Ánimo! Ya sólo os/me quedan tres.

Diario Vacacional (¿post?) Pandémico. Tres.

Aquí, esperando acontecimientos

La familia duerme, tengo wifi, terraza, tabaco, bla, bla, bla… repetitivo, ¿verdad? Desgraciadamente, algo así he sentido yo en este tercer día de periplo vacacional. Repetición, rutina, día de la marmota. Playa, piscina, caña, playa, piscina, caña, etc… el plan es parecido al del año pasado, claro, y los críos disfrutan, sí, pero hoy, por lo que sea, se me ha hecho cuesta arriba. Y eso que alguna novedad he introducido en la jornada.

Por ejemplo, esta mañana del tercer día, tras publicar la entrada dos de este diario, me he ido a andar yo solo por ahí. Ese paseo me ha llevado a lugares feos y, en cierta forma, lo he agradecido; quiero decir que, quizá por lo dicho de la rutina, toparme con una especie de descampado, plagado de maleza, con coches medio abandonados cerca, restos de algo de basura y demás ha roto con el entorno idílico que estamos acostumbrados a disfrutar estos días. Este garbeo realizado en torno a las 07:30 de la mañana, me ha llevado a pensar en el tipo de situaciones y escenas que me toparía a esas horas paseando por Barakaldo en plenas fiestas: zombies demacrados de voltereta. Ay, parece que siento nostalgia de lo desagradable.

Durante el camino, me ha molado ver a personal de otro hotel cercano al nuestro departiendo amigablemente entre ellos, mientras echaban un café y fumaban un pitillo. He pensado en la temporalidad de muchos de esos curros, muy estacionales, y en las buenas relaciones que surgirán. Yo veo a los jóvenes monitores y camareros de nuestro hotel, muchos de ellos de fuera de la isla, y me los imagino quedando para salir de fiesta por ahí o para ir juntos a la playa e incluso preveo escarceos y rolletes entre ellos y tal. Que el curro será una full e igual las condiciones serán una mierda, pero quiero pensar que tendrán sus momentos.

Hablando de rolletes… en ese paseo, me he metido también por la playa. Un placer caminar por la orilla a eso de las ocho de la mañana, en soledad, con el ruido del mar y la tenue luz del día recién estrenado… todo así como muy new age. Bueno, el caso es que, en estas, he visto a una pareja en el agua, bañándose y haciéndose arrumacos y carantoñas. Oh, qué bien, qué bonito… estaría guay poder disfrutar de una intimidad así, pero, claro, con dos maravillosos apósitos (los de la foto) a nuestra vera constantemente, pues…

Esto me recuerda que Nicolás nos ha pedido irse a la habitación él solo en un momento determinado de la tarde, hacia última hora. Que aprovechaba para ir al baño y ya se quedaba viendo no sé qué en la tele. Hemos accedido, le ha acompañado Ana para abrirle la puerta y después se ha vuelto a la hamaca. Desde nuestra posición se ve la habitación y tal, pero no he podido evitar hacer un poco de humor negro mencionando a Maddie McCain. Creo que no me sale tan bien como lo hacía el de Mi Mesa Cojea.

Hablando de ver la tele… sí, claro, los chiquillos, sobre todo después de comer, en el momento siesta, actividad que ellos no realizan (bueno, Telmo sí se queda sobado), aprovechan para darle un buen tute al Clan, al Disney Chanel y al Boing. Lo que no permitimos es lo de los móviles o tablets mientras comemos o cenamos. Y lo digo porque esta costumbre está muy extendida en el comedor, entre muchas familias con hijos. Y no lo digo para ir de guay, no lo digo a modo de crítica (bueno, quizá un poco sí); cada padre y cada madre sabrá cómo gestionar determinados momentos. En cualquier caso, sí me ha llamado la atención y creo que por defecto profesional, como un padre llamaba la atención a su hija preadolescente para que dejase el móvil y comiese cuando él tenía su teléfono en la otra mano y no lo soltaba mientras comía. Ejemplar.

A la noche, ha habido un espectáculo de acrobacias, aderezado con la horrible música de un violín eléctrico. Sí, amigos, exactamente el mismo que el año pasado. Lo de la repetición. Huyendo del mencionado show, hemos echado una partida de billar (en la que he barrido a mi familia) y me he fijado en un par de detalles: en las relaciones de amistad para toda la vida que pueden surgir en la fila que se forma para pedir garimbas y cócteles; y en las parejas SIN niños. Sí, amigos, este detalle no es baladí. Son las menos, pero las hay. Esto tiene que ser un infierno para esos jóvenes novios que han acudido a este garito y que, de repente, se topan con un complejo orientado al turismo famliar, ¿no? Vale que saldrán por ahí, pero no sé, yo creo que, en su lugar, lo pasaría mal…

En fin, que para haber sido una jornada repetitiva y sin grandes novedades, ha caído una buena chapa. Hasta aquí la tercera jornada del Diario Vacacional (¿post?) Pandémico (este último atributo del diario, por cierto, ha tenido cierta relevancia hoy al enterarme que uno de mis compañeros de andanzas por el BBK Live el pasado fin de semana, es positivo. Seguimos librando y, aunque en este reducto estival el virus parece estar lejos, contagios como el de mi amigo nos recuerdan que no ha desaparecido)